viernes, 15 de junio de 2007

CALEDONIA
¿Es posible que nuestro alma reconozca un lugar?
Yo creo verdaderamente que mi alma supo que estaba en el hogar, cuando divisamos esas altas, escarpadas y desnudas montañas de Escocia.
Escocia, las Highlands, la bella y antigua Caledonia con su abrupto y a la vez suave paisaje.
Las laderas aparecían desnudas por los helados vientos que preceden el otoño, sombreadas aquí y allá del púrpura de los brezos y las sombras de las nubes
Estaba estremecida ante tanta belleza y notaba en mi cuello los gélidos dedos del invierno introduciéndose bajo mi ropa.
Imaginaba a altos y fuertes hombres montados en peludos caballos recorriendo esa vasta inmensidad.
Cientos de kilometros de piedra, agua, brezo y bajos arbustos.
Me sentia como si abriese los ojos por primera vez y notaba en el centro de mi ser como la gravedad me ataba a la tierra. Sentía mis pies más pesados y en mi cabeza podia oir la mágica música de las gaitas. Y es que en Escocia el viento suena al lamento de las gaitas
Tierra mágica de druidas y guerreros, de mujeres luchadoras y amables. Solitaria, bella y agreste.
He viajado y conocido muchos sitios.
Pero en Escocia todo me parecia nuevo y cotidiano a la vez. Como si llegara tras un largo viaje de nuevo al hogar y su tierra me recibiera con los brazos abiertos y me apretara fuerte contra su seno. Igual que una madre recibiendo a su hijo perdido. Y asi me sentía. Como un niño perdido abrazado por su madre, consolado y a salvo, rodeado por su aroma familiar.
Y alli, casi en lo mas alto de Glencoe grité y grité. Grité de alegria por haber encontrado mi sitio y de pena por haber estado tan largo tiempo perdida. Grité por tener que volverla a perder. Y es que en esta vida, Escocia está muy lejos de la vida que me he forjado, pero allí, con lágrimas en el corazón me hice una promesa. Una solemne promesa. Volveré a mi bella Caledonia.

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